La ciudad, como tropo, no solo ha sido un artificio poético para creadores que cincelan la imagen y la palabra, sino que ha llegado a ser un refugio que aparece y desaparece con total dependencia del receptor. Mismo que, gracias al encanto sensorial vive --quizá se desvive-- por espacios que gozan de infinito detalle como el que ofrece en su estructurada ciudad en reversa Carpentier, o posiblemente, lo opuesto que se recrea en los pasadizos de la memoria con ciudades mínimas creadas por el mexicano Alberto Chimal. Así, con esa visión creacionista e intermitente nacen en una espiral temporal ciudades (in)visibles que buscan lectores que sepan degustar al «escuchar con los ojos» visiones que aturden las fibras más sensibles de los sentidos.