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Barroco y vanguardista, unamunesco y ramoniano, personalísimo siempre, José Bergamín (1895-1983) es uno de los principales y más escondidos protagonistas de ese renacimiento literario español que ha venido a llamarse «la Edad de Plata» y que discurre entre los finales del siglo XIX y la República española. El arte de Birlibirloque (1930), libro inclasificable que pertenece tanto a la aforística como al ensayismo, es una apasionada y muy sutil defensa del arte del toreo, al que Bergamín califica como arte birlibirloquesco, personificado en la figura de Joselito el Gallo. Libro impar y a la vez fruto de un tiempo en el que buena parte de la mejor intelectualidad española estuvo y se sintió cerca de lo taurino. Cosa innegable, de la que da fe la cercanía en el tiempo a estos ensayos de Bergamín de libros como El torero Caracho (1926) de Ramón Gómez de la Serna, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935) de Federico García Lorca o Juan Belmonte, matador de toros (1935), de Manuel Chaves Nogales, por citar sólo tres obras egregias pertenecientes a distintos géneros literarios. Nuestra edición reproduce los cuatro dibujos de José Bergamín de la primera edición y doce raras «suertes de toros» (ca. 1840) del pintor y grabador Luis Ferrant, y se enriquece también con un prólogo, no sólo ajustado y lleno de verdad, sino oportuno y actualísimo en nuestro momento histórico, del joven maestro Morante de la Puebla. A.L. José Bergamín (Madrid, 1895-San Sebastián, 1983). Poeta y prosista de la generación del 27, es una de las personalidades más sugestivas de lo que ha dado en llamarse la Edad de Plata de la literatura española. Publicó sus primeros escritos en la revista Índice que dirigía a principios de 1920 Juan Ramón Jiménez. Con el poeta de Moguer editó sus dos primeros libros de aforismos (El cohete y la estrella y La cabeza a pájaros). Pero la dimensión de su compleja y rica personalidad aparecería en los años de la Segunda República. Director de Cruz y Raya, su obra se enriqueció durante sus años de exilio. En 1958 regresó a España, pero se vio obligado a exiliarse por segunda vez, volviendo definitivamente a Madrid en 1970. Murió en San Sebastián en 1983, cansado de ser español. Profundo conocedor de nuestros clásicos, sus viejas formas temáticas y expresivas adquieren en sus manos una dimensión aleccionadora. Destacó como un poeta que, partiendo de Bécquer, completó un diario lírico, sin parangón en la poesía moderna española.