La siguiente narración verídica, de la pluma de Legh Richmond, ofrece un relato claro y dulce de la misericordia del Señor manifestada al rescatar a uno de Sus tiernos corderos de la "zarpa del león." "Dirige su curso, oh Dios mío. Que el ojo que lee y el oído que escucha el relato de la pequeña Jane, por el poder del Espíritu del Dios Altísimo, se conviertan cada uno en testigo de la verdad tal como es en Jesús", fue su oración. Que el Señor cumpla esta petición, y use esta reimpresión para el bien de muchos, y para la gloria de Su Nombre.
Cuando un cristiano serio dirige su atención al estado estéril del desierto por el que viaja, con frecuencia debe suspirar por los pecados y las penas de sus compañeros mortales. El corazón renovado tiene sed con santo deseo, de que el Paraíso que se perdió por Adán, pueda ser plenamente recuperado en Cristo. Pero los desbordamientos del pecado interior y exterior, el descuido del alma, el orgullo de la incredulidad, la avidez del apetito sensual, la ambición de grandeza mundana, y la arraigada enemistad del corazón carnal contra Dios; estas cosas son como "las serpientes ardientes, y los escorpiones, y la sequía", que angustian su alma, mientras viaja por "aquel grande y espantoso desierto".
A veces, como un peregrino solitario, "llora en lugares secretos", y "ríos de agua corren por sus ojos, porque los hombres no guardan la ley de Dios". De vez en cuando se encuentra con algunos compañeros de viaje, cuyo espíritu es afín al suyo, y con los que puede tomar "dulce consejo juntos". Se consuelan y fortalecen mutuamente por el camino. Cada uno puede relatar algo de las misericordias de su Dios, y cuán amablemente han sido tratados, a medida que avanzaban. La tristeza del camino es así disipada, y de vez en cuando, por un tiempo, felices experiencias de los consuelos divinos alegran sus almas: "el desierto y el lugar solitario se alegran por ellos; el desierto se regocija y florece como la rosa".
Pero aun en el mismo momento en que se enseña al cristiano a sentir la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, a confiar en que está personalmente interesado en las bendiciones de la salvación, y a creer que Dios promoverá su propia gloria glorificando al pecador penitente; sin embargo, las penas se mezclarán con sus consuelos, y no se regocijará sin temblar, cuando reflexione sobre el estado de los demás hombres. Las preocupaciones relacionadas con las relaciones terrenales están todas vivas en su alma, y, por la operación del Espíritu de Dios, se convierten en principios santificados y motivos de acción. Como esposo y padre de familia, como prójimo del pobre, del ignorante, del malvado y del desdichado; sobre todo, como supervisor espiritual del rebaño, si tal es su santa vocación, el corazón que ha sido enseñado a sentir por su propio caso, sentirá abundantemente por los demás.