La mutación del capitalismo que acaba de suceder nos obliga a repensar de raíz la cuestión de la democracia. Vivimos la paradoja de un mundo más fluido, más abierto, más libre, pero también más dividido, más desigual, más feroz que nunca. Ahora bien, la mayoría de los paradigmas teóricos y críticos de los que disponemos no dan cuenta de esta doble realidad.
Para comprender este mundo, hay que apoyarse en la idea de que lo político se inscribe directamente en los cuerpos, en el lenguaje y en lo social, determinando sus ritmos. Vemos entonces que los nuevos modos de dominación ya no pasan por los efectos sistémicos, ni por las disciplinas, más bien se expresan a través de técnicas rítmicas fluidas, las cuales dispersan las fuerzas contestatarias, diluyen las resistencias y multiplican las formas de vida, al tiempo que las vacían de su poder de actuar y existir.