El autor, pastor y teólogo Mike Horton les presenta a los lectores la persona olvidada del Espíritu Santo, demostrando que la obras del Espíritu de Dios son mucho más comunes de lo que pensamos.
El Espíritu Santo está tan activamente involucrado en nuestras vidas que damos por sentada su presencia. Como dicen, la familiaridad lleva a la indiferencia. Al igual que damos por sentado el aire que respiramos, hacemos lo mismo con el Espíritu Santo simplemente porque dependemos constantemente de él.
Como el bastón llega a ser una extensión del cuerpo del ciego, comenzamos a creer con demasiada facilidad que el Espíritu Santo es una extensión de nosotros mismos. Sin embargo, el Espíritu está en el centro de la acción en el drama divino desde Génesis 1:2 hasta Apocalipsis 22:17. La obra del Espíritu es tan esencial como la del Padre y el Hijo, pero la obra del Espíritu se atribuye siempre a la persona y a la obra de Cristo. De hecho, la eficacia de la misión del Espíritu Santo se mide por el grado en el que estamos conectados con Cristo.
El Espíritu Santo es la persona de la Trinidad que trae la obra del Padre, en el Hijo, hasta su finalización. En todo lo que la Trinidad realiza, este trabajo de perfeccionamiento es característico del Espíritu. En este libro el autor, pastor y teólogo Mike Horton presenta a los lectores la persona olvidada del Espíritu Santo, demostrando que las obras del Espíritu de Dios son mucho más comunes de lo que pensamos. Horton sostiene que debemos dar un paso atrás para enfocarnos en el Espíritu, su persona y sus obras, a fin de reconocerlo como alguien distinto a Jesús o a nosotros mismos, y mucho menos como parte de su creación.
A través de esta contemplación podemos obtener una nueva dependencia del Espíritu Santo en cada área de nuestras vidas.
In this book author, pastor, and theologian Mike Horton introduces readers to the neglected person of the Holy Spirit, showing that the work of God's Spirit is far more ordinary and common than we realize. Horton argues that we need to take a step back every now and again to focus on the Spirit himself.
For the Spirit, being somewhat forgotten is an occupational hazard. The Holy Spirit is so actively involved in our lives that we can take his presence for granted. As they say, familiarity breeds contempt. Just as we take breathing for granted, we can take the Holy Spirit for granted simply because we constantly depend on him. Like the cane that soon feels like an extension of the blind man's own body, we too easily begin to think of the Holy Spirit as an extension of ourselves.
Yet the Spirit is at the center of the action in the divine drama from Genesis 1:2 all the way to Revelation 22:17. The Spirit's work is as essential as the Father's and the Son's, yet the Spirit's work is always directed to the person and work of Christ. In fact, the efficacy of the Holy Spirit's mission is measured by the extent to which we are focused on Christ. The Holy Spirit is the person of the Trinity who brings the work of the Father, in the Son, to completion. In everything that the Triune God performs, this perfecting work is characteristic of the Spirit.