Dos familias, dos contextos sociales y culturales contiguos en el espacio y el tiempo, están totalmente confinados y divididos no sólo por elecciones políticas precisas, sino también por las acciones de personas individuales.
En la Sudáfrica del apartheid, una situación en sí paradójica se convierte en normalidad durante décadas y el mismo punto de inflexión posterior trastoca prejuicios y expectativas.
Comunidades enteras sufren las consecuencias, adaptándose y cambiando, a pesar de una distinción rígida destinada a implosionar bajo la presión de las nuevas generaciones.