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En los últimos años ha aumentado de forma significativa la reflexión_x000D_sobre los problemas que atañen a las mujeres, los dilemas que asedian sus_x000D_cuerpos y, como consecuencia, las demandas feministas para tratar de_x000D_solucionarlos. Así ha sido como, en la actualidad, vivimos un nuevo ciclo de_x000D_movilizaciones y una diversificación de los discursos feministas, en especial_x000D_de aquellos relacionados con un tema que parecía superado ya en el siglo XXI: «El derecho de las mujeres a_x000D_decidir sobre nuestro cuerpo». Un derecho a decidir asumida ya la legitimidad del aborto que atañe a_x000D_muchos dilemas: la abolición o regularización de la prostitución; las_x000D_prohibiciones e imposiciones religiosas; las tiranías estéticas que viven_x000D_muchas mujeres en Occidente para poder acceder a realizar trabajos de distinta_x000D_índole, o la ilegalidad, que quieren convertir en legalidad, de alquilar a una_x000D_mujer con el propósito de dejarla embarazada y acabar comprándole el hijo tras_x000D_dar a luz.Temas que, sin duda, ponen el foco en la condición, todavía subalterna y_x000D_vulnerable, que viven las mujeres y señalan sus cuerpos como objetos,_x000D_depósitos del placer, susceptibles de ser comprados, alquilados y vendidos por_x000D_los hombres. Asuntos acerca de la dignidad y hasta el orgullo de «otros» que,_x000D_por extraño que parezca, les dejan, en no pocas ocasiones, escaso margen de_x000D_maniobra para decidir qué hacer al respecto.Temas los cuatro_x000D_a través de los que se evidencia cómo, en la mayoría de casos, la clase política huye del_x000D_debate, de uno o de todos, porque sin_x000D_importarle demasiado la situación en la que se debe encontrar una mujer que_x000D_llega a ese escenario_x000D_va de la mano de grupos de presión y lobbies que se desenvuelven con soltura y_x000D_sin complejos en el marco de democracias despolitizadas y preocupadas sólo por_x000D_los beneficios económicos. Parece que no debería generar ninguna duda que, cuando existe_x000D_una necesidad básica, lo que decide cualquier mujer para conseguirla no es una reacción fruto de su libertad, sino condicionada,_x000D_precisamente, porque no la tiene. Así pues, en realidad, no siempre tienen el «derecho a decidir sobre nuestros cuerpos», tal como sería deseable en pleno_x000D_siglo XXI. Ya lo decía con claridad_x000D_Rousseau en el lejano siglo XVIII,_x000D_en El contrato social: la auténtica libertad surge de las condiciones_x000D_materiales. Quizá la solución pasa por que «nadie sea tan pobre como para_x000D_querer venderse y nadie sea tan rico como para poder comprar a otros»; sólo así_x000D_la mujer conseguirá , de verdad, poder decidir sobre su cuerpo.